martes, 19 de abril de 2011

Compartiendo cuentos: "Y tal vez fué así"


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Nuestra contribución desde el grupo "Leer Juntos"

al Año Internacional de los Bosques


"… Y TAL VEZ FUE ASÍ"


El abuelo de mi abuelo contaba que hace muchos, muchos años, antes incluso de que su propio abuelo naciera, había un lugar donde los niños jugaban con los árboles. Pero no a subirse, ni a colgar columpios de sus ramas y ya, no. Jugaban CON los árboles; jugaban al escondite, a pillar al balón prisionero… una vez la ligaban los niños, y otras, los propios árboles. Era una época en la que todos podían correr y moverse libremente por los prados y por los bosques.

Incluso en la selva se les oía corretear.

En aquella época no había juegos electrónicos ni teléfono, ni tele… así que los niños jugaban en las calle, libres. Apenas circulaban coches, de manera que no corrían más peligro que tropezar con algún obstáculo. Jugaban desde que salía el sol hasta que se encendían las primeras luces, entonces sabían que debían volver a casa, y así era.

Pocas madres vivían preocupadas por si se metían en problemas.

Los adultos no sabían dónde estaban los niños, pero, sin saber la razón, era algo que no les preocupaba. En su interior sabían que estaban bien, estaban en la mejor compañía posible. Estaban con La Naturaleza.

Cuando eran pequeños, todos los adultos de esa época habían jugado con los árboles, pero, por un pacto secreto, cuando crecían y tenían que ser mayores y responsables, olvidaban esos juegos. En su corazón, sin embargo, quedaba el recuerdo de una infancia feliz, llena de juegos imposibles. Y vivían contentos y confiados.

Durante mucho tiempo la vida transcurrió de esta manera. Los niños salían a jugar y, a veces, cuando tenían algún problemilla en el cole, en casa, o con alguna chica, tenían largas charlas con los árboles más viejos, que son los más sabios. Y así un día y otro.

Cuando se hacían mayores, iban olvidando estos juegos y confiando en sus propios hijos, así, generación tras generación.

Según pasaban los años, los niños empezaban a tener más cosas. Primero un balón; pero con el balón jugaban todos, y era fantástico. Árboles contra niños. Los niños corrían más deprisa, pero los árboles se las sabían todas y eran magníficos regateadores. Luego, las niñas cambiaron las cuerdas por combas de verdad, y aún jugaban todos juntos. Aunque los árboles jóvenes eran un poco traviesos, y cuando las niñas saltaban, ¡¡¡zas!!!!, levantaban la cuerda y todas al suelo. Menudas risas. Incluso a las niñas les hacía mucha gracia y acababan jugando a ver quién era más rápido tirándose al suelo. Entonces apareció un niño con una bici. ¡¡¡Una bici!!!! Bueno, lo de la bici era una locura, pero solo podía montar uno. Y se alejaba muuucho, y luego volvía y se la pasaba a otro que hacía lo mismo. Pero claro, de uno en uno. Los árboles contaban para ver quién era el más rápido en llegar hasta la fuente y volver.

Después de jugar, se sentaban todos juntos a merendar. Normalmente eran bocatas que se comían en un santiamén y de postre, fruta que se intercambiaban. Un día, después de merendar, uno de los niños invitó a los demás a su casa para ver un aparato nuevo que su padre había traído. Todos se emocionaron mucho, y salieron disparados a ver el artefacto.

Esa tarde, como la emoción fue muy grande, los propios árboles se encargaron de recoger los restos de la merienda. Una tele sonaba muy bien.

Pero, algo empezó a cambiar.

Los niños empezaron a tener más juguetes, empezaron a tener chuches, envoltorios, botellas de zumo,…. Siempre se olvidaban algún papel en el suelo que los árboles recogían a su marcha. Poco a poco los niños se fueron olvidando de recoger sus cosas, al fin y al cabo, a la mañana siguiente, estaba todo limpio.

Con el tiempo, los niños ya no salían tanto a jugar al bosque. Preferían jugar en casa, con sus juegos cada vez más sofisticados, y se fueron olvidando de sus mejores amigos.

Los árboles se dieron cuenta, pero no quisieron darle mayor importancia. Aprovechaban siempre que los niños les buscaban para inventar juegos nuevos. Pero éstos acudían con coches a pilas y muñecas que hablaban. Cuando los niños volvían a sus casas, cada vez más pronto, los árboles se encargaban de recoger papeles, pilas, botellas,… Alguna vez incluso algún niño había engrasado la cadena de la bici allí mismo, dejándolo todo perdido.

Un día el árbol más viejo se reunió con el resto del bosque. Aquello no podía continuar así.

Los niños estaban olvidando lo principal: había que cuidar el bosque. Así, después de mucho deliberar y de alguna que otra lágrima, acordaron no ayudar más con la basura; si los niños los querían tanto, se darían cuenta enseguida y todo volvería a ser como antes.

Y así fue.

Un buen día, cuando los niños acudieron al bosque cargados con sus juguetes, encontraron a los árboles anclados al suelo, como si alguien los hubiera enterrado. Era algo inexplicable.

Fueron con sus bicicletas con cambios y pedales automáticos en busca de algún árbol que aún pudiera jugar, pero no daban con ninguno. En cambio la carrera por encontrarlo se volvió tan emocionante, que pedaleando, pedaleando, se olvidaron de lo que realmente buscaban, y se enzarzaban en carreras vertiginosas, que se volvían más emocionantes esquivando los árboles inmóviles.

El tiempo pasaba y los niños fueron olvidando el motivo de sus salidas al bosque.

Los árboles fueron perdiendo la esperanza de recuperar las carreras y las confidencias, pero habían prometido al viejo sauce, que no se moverían hasta que todos entendieran que el bosque no era un basurero.

Hoy, los árboles siguen esperando. Pero a mucha gente el corazón se les ha vuelto duro y han perdido esa parte que les recordaba, en silencio, quién es su mejor compañía. La Naturaleza.

Y tal vez fue así

***

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta este cuento
Y a mis hijas, Alba de 10 y Luna de 7 años, también
Gracias, Elena por compartirlo con todas nosotras
Pilar Ortega

pilar sanchez dijo...

Muy bonito Elena¡¡ Gracias!!
Pilar